paredes, las plantas del jardín que yo no había conseguido salvar, y que se quedaban en su sitio pero ya muertas, el sonido de las zapatillas de Agustina arrastrandose con pereza por toda la casa y un frío que se colaba hasta el alma. Tú nunca más volviste a coger el péndulo y yo ni siquiera me atreví a recordártelo. Me asustaba oírte gritar como lo hacías por cualquier motivo. Te habías vuelto irascible y tus ademanes coléricos me impedían