eternidad! (Calla, espera una respuesta, pero todos, al fondo, siguen quietos y en silencio. Cae de rodillas, suplicante:) ¡Salvadme a mí, salvadme! ¡A mí no me ha movido interés alguno! ¡Ellos son los Pazzi, los Médicis! Pero yo no soy nadie... Nada he pensado. No tengo pensamiento ni bueno ni malo. Soy sólo un siervo, un esclavo de la Iglesia de Roma, de la