dirige a nadie, pero habla como si lo hiciese a los demás personajes que han quedado en segundo término.) ¡Yo soy un hombre de la Iglesia! ¡Ya no os pertenezco! ¡Ni pertenezco a nadie ni me pertenezco a mí! ¡Yo soy la Iglesia! ¡Caerá sobre vosotros el peso de la culpa por toda la eternidad! (Calla, espera una respuesta, pero todos, al fondo, siguen quietos y en silencio. Cae de rodillas