por tanto, en una relación equivalente con la población civil de la metrópoli. Pero si ahora ensayamos la aplicabilidad de esta distinción a los Estados hispánicos veremos cómo, remitiendonos a los mismísimos orígenes de España, la concepción adsuriana resulta ajustarse con coherencia irreprochabl a los datos concretos de la Historia, pues, en efecto, esos orígenes responden incuestionablemente, no ya a la situación que da lugar a la primera relación de poderes indicada, sino a la que da lugar a