lo tenía que creerlo bajo la sola fe de su palabra. Ya se comprenderá que no era vida para una doncella ni paz alguna para su corazón cuando, faltandole el recurso prodigioso de pasarse por la peluquería, no le cabía otra opción que mantener la verdad de su rubiez meramente afirmándola un día y otro día por medio de insistentes, reiteradas y hasta desesperadas protestas y proclamas, que cada vez tenían que derrotar de nuevo la engañosa evidencia de los ojos