Mientras en la clara consigna y arenga del conde de Niebla, "non los agüeros, los fechos sigamos", los hechos, como lo racionalmente ordenado y por ende cognoscible, eran lo único a que había que atenerse, pero entendido a la vez en cuanto aquello con lo que era posible y necesario y suficiente contar para la acción y en cuanto aquello contra lo cual la acción había de proyectarse (quedando los agüeros como lo numinoso, irracional e incognoscible, que