seme ardía en deseos de preguntar qué era tal o cual edificio, monumento o paraje, pero me abstuve de hacerlo por razones de prudencia elemental. En un silencio lleno de presagios llegamos ante un edificio de paredes desconchadas en cuya fachada chisporroteaba un anuncio de neón. No sé por qué había esperado yo un hotel de lujo y le pregunté varias veces al taxista si realmente me había llevado a donde yo le había dicho o si, abusando de mi condición, trataba