diablo. Se dejó arrastrar por una mujer tonta, que no le parecía linda. O mejor dicho, por el temor de que la mujer, si no la acompañaba, encontrara a otro y se le fuera. Cuando empezaron a bailar sintió una revulsión interna, un estallido de amor propio. «Es demasiado. No puedo», protestó, casi audiblemente. Alegó cansancio, algún dolor en el viejo esqueleto y propuso: