del racionalismo renacentista. Para la mentalidad de nuestros días, nada más fácil ni nada que le salga más barato que prestar una entusiástica aquiescencia al mero aspecto verbal de esta proclama; pero tampoco nada más superficial, pues un aplauso semejante salva olímpicamente una tremenda diferencia histórica. Trataré de ponerla de relieve yuxtaponiendo y contrastando la proclama del conde de Niebla con la declaración que un autor del siglo XX, Erle Stanley Gardner, pone en boca de la heroína de una de sus