refugiandome junto a Santiago, quien me permitía dormir a su lado. Aquella noche todo parecía reposar en calma. Se había levantado un viento suave y apacible. No se había cortado la luz eléctrica, como con tanta frecuencia solía suceder en esta casa. Del exterior sólo me llegaba un rumor conocido, el de las ramas secas de un rosal arañando mi ventana. Y, sin embargo, me atenazaba un miedo pavoroso que no podía resistir. Salí de mi habitación dispuesta