le ocurría era que ella no había aprendido a comprender al abuelo. Así, mientras Onésima le contaba lo de los cubiertos de plata, Mercedes no cesaba de repetir con severidad que había que acabar con aquello, que no podía volver a suceder. Miguel se decía que su madre no era la misma mujer fascinante de aquellos diez días únicos. Le resultaba decepcionante saberla entregada por completo al cuidado de la enferma y a la organización de los asuntos domésticos, que habían acabado