losle le había subido una oruga a la cara, noción que en seguida rechacé de plano por estimarla incompatible con la graveza de un financiero de pro. El señor, ajeno a todo ello, se había llegado hasta nosotros y nos tendía una mano, bien para que se la estrecháramos, bien para que admirásemos el anillo de oro que refulgía en el meñique. Don Plutarquete y yo hicimos ambas cosas y el señor dijo: --El gusto es mío. Soy
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TENDERII.1 - Alargar una cosa aproximándola a otra