; una inconsciente necesidad, debida acaso a la más desoladora impotencia cultural, de imponerse a los demás, ya que otra cosa no es posible, mediante el prepotente y agresivo recurso del insulto. No se trata siquiera -por usar la expresión de los más pésimos estetas- de romper la monotonía del paisaje; se trata de romperle de antemano y para siempre la mirada a cualquier par de ojos que desee reposar y distenderse en la remota paz de un horizonte profundo