murmullito de satisfacción. La mirada del viejo se posa, acariciante, sobre las nalgas de Simonetta. ¡ Qué bien marcadas, qué caderas tan femeninas y, sin embargo, sorprendentemente inocentes, como de muchacho...! Es decir -vacila el viejo, no sabiendo entenderse a sí mismo--, de muchacho, sí; pero inocentes, no, sino atractivas. «¿Qué me pasa? », se asombra de nuevo. «Eso siempre lo tuve muy claro