nos está herida de muerte en su centro mismo: la idea de un progreso continuo e ilimitado. Las naciones que habían inspirado a los liberales del siglo XIX --Inglaterra, Francia y, sobre todo, Estados Unidos-- hoy dudan, vacilan y no encuentran su camino. Han dejado de ser ejemplos universales. Los mexicanos del siglo XIX volvían los ojos hacia las grandes democracias de Occidente: nosotros no tenemos a donde volver los ojos. Durante cerca de treinta años, entre