mis escasas fuerzas a escupir el estiércol y los escarabajos que se me habían metido en la boca antes de que un trapo sucio la sellara. Fracasado el intento, procuré no tragar saliva, cosa nada fácil, como podrá comprobar quien desee hacer el experimento, bien con fines académicos, bien por solidaridad con mi persona. No era este último sentimiento el que debía de mover a mis atacantes, pues apenas hubieron hecho de mí un fardo, me arrastraron sin miramientos por la