piso en una casa desconocida -curiosamente en su mismo barrio- en cuanto sale del ascensor. Una mujer, cuyos rasgos no distingue bien a contraluz, le hace pasar hasta una alcoba modesta, pero agradable. En la gran cama yace su padre, vestido al parecer y tapado hasta el pecho con una manta. La palidez hace más oscuro el sombreado de la barba. Ojos cerrados y hundidos; por los labios entreabiertos se escapa un leve jadeo. A Renato se