el monasterio, desviado de sus píos fines, fuera en realidad la guarida del enemigo y sus huestes demoníacas y de que, al dar a conocer nuestra presencia no hiciéramos sino meternos bobamente en la boca del lobo, ni habíamos olvidado tampoco las agoreras palabras del tabernero. Celebramos un breve conciliábulo y fue don Plutarquete quien esclareció con su habitual sagacidad la situación. --La disyuntiva --dijo-- es clara: o averiguamos qué se cuece en el convento o nos volvemos atrás