. Al llegar ante nuestra mesa se detuvo en seco, en lugar de venirse de bruces sobre ella, como temí que hiciera, abrazó, besó y zarandeó a la Emilia con más vehemencia de lo que las normas de urbanidad prescriben. --Hostia, coño --exclamó despatarrándose en una silla y colgando al churumbel del respaldo--, perdonad el retraso. Vengo de entrevistar al director de la Filarmónica de Dresden. ¡Menudo muermo! ¿Sabíais que a Rubinstein no