--¡Ay, niña! ¡Aaaaaaaaaaaaaaaay! La joven abrió bien los ojos. Frente a ella, Hilaria comenzó a tronarse los dedos. --¡Ay, niña, venga usted, apúrese usted, venga pero ahorita! Vamos al cuarto de la canija de Rosa. Que no la oiga su abuelita. Hilaria le tendió la bata, acercó las pantuflas, bajaron por la escalera de servicio, los perros ladraron. ¿Serían las seis, las siete de la