gracias al cielo por aquella providencial ayuda con la que, a fuer de sincero, no había contado y siempre acompañado de la Emilia, que, pese a su manifiesto resentimiento para conmigo, o quizás espoleada por él, se había propuesto seguirme hasta el fin del mundo, eludí la zarabanda y volví sobre mis pasos, dejando que los religiosos se las entendieran con los protestantes. Del vestuario que en forma tan precipitada habíamos tenido que abandonar y a donde regresamos sin ser