que pudiera pasar. Aunque el cansancio me vencía, la sensación, por lo demás infundada, de que alguien me andaba siguiendo no me dejaba hacer un alto y reponer fuerzas. Poco a poco, sin embargo, la ciudad fue resucitando. Primero unas pocas personas, bastantes luego y al fin muchas empezaron a deambular, bien que de mal talante, camino de sus obligaciones. Despuntó la aurora, se produjeron atascos, animaron el aire bocinazos e improperios y recobró el mundo