pastos de verano, el padre le levantó del corro de pastores y se lo llevó consigo hasta una altura cercana. Desde ella le mostró otra cumbre, por encima de los castañares: «¿Ves, hijo? Desde allí se divisa el otro mar, el de Reggio. Alguna vez subirás allí conmigo. » Pero no volvieron nunca y, años después, no fue a estudiar a Reggio, sino a Nápoles, cuando ya estaba claro para él que no le retenían