toda la tarde en su cuarto. No le divertía la idea de dejarles solos, pero confiaba en su buen sentido: estaba convencida de que se portarían bien y jugarían todo el tiempo al parchís, sin armar jaleo. Miguel asintió, felicitandose por su buena suerte, y miró al hermano de Carmina, que se mantenía un poco apartado y en penumbra. Lo primero que pensó fue que aquel hombre tenía la misma sonrisa torcida que Fagin, el judío de Oliver