más, y cuando Genoveva dijo: «Nunca me hablaba de esos tiempos, de vuestro encuentro, de vuestra amistad, de lo que hacíais, de cómo erais...», en ese punto había comenzado el silencio, se había iniciado el espacio de tiempo impreciso en que, callados los dos, sólo se oía el viento desafiante y silbador, que penetraba por invisibles puntos de las ventanas cerradas y se extendía, entre desfiladeros de muebles, por el salón. III Sobre