al hombre sino conocerlo y, si era posible, curarlo, mejorarlo. Ni la política ni las ciencias pueden darnos el paraíso o la armonía eterna. Así, convertir a la política revolucionaria en ciencia universal fue pervertir a la política y a la ciencia, hacer de ambas una caricatura de la religión. Pagamos hoy en sangre el precio de esa confusión. El pragmatismo de la socialdemocracia, su paulatina pérdida del radicalismo y de la visión de justicia que