hombre amarrado por castigo en una roca donde venían a comerle el hígado, sólo que no era un hurón, sino un águila. « ¡Vaya, se lo liquidaría en seguida! », compadece el viejo; pero le aclaran que el águila no acababa nunca de devorar el hígado. «Sería un águila muy degenerada o estaría enferma», piensa el viejo, sospechando que esta gente de libros no ha visto nunca la violencia de un águila despedazando una liebre a