, con brusco y neófito entusiasmo, proclamando a voces, frente a la incomprensión de una mayoría de asistentes de gusto lamentablemente conservador y obsoleto, el valor ejemplar, innovador y revolucionario de la pieza maestra que el gran artista acababa de interpretar. Fue su última actuación, injustamente abrumada por una prensa mediocre que habló perentoriamente de tomadura de pelo; desde entonces, el músico había paseado discretamente la indemne y llamativa peluca de la academia de idiomas a su minúsculo apartamento, excepto unas