las leyendas forjadas por mis adversarios; ¡si supieras cuánto he sufrido!; ¡no hay peor soledad que la de quien ejerce el poder! Una lágrima discurre furtiva por su rugosa mejilla cuando te coge con suavidad la mano y giráis dulcemente por el entarimado a los acordes briosos de un vals. Con la cabeza recostada en su guerrera, das vueltas y más vueltas penetrado de sentimientos angélicos, indiferente a la expresión irónica de tu cónyuge y el mohín despectivo de Agnès.