» Aquellos minutos, de encierro con su muerto, a quien ya no podía reanimar, le parecieron interminables. Pensaba en la mala suerte, deseaba que la ambulancia no llegara y que no hubiera nadie en la sala de espera. Consternado oyó, todavía lejana, la clamorosa sirena, y segundos después irrumpieron, estruendosamente, los camilleros. Cargaron el muerto y se lo llevaron entre dos filas de enfermos, que miraban con excesiva curiosidad y temor. Abreu, cabizbajo, cerraba