las, cavilando. Al rato su hijo entra en el piso y aparece en la alcobita, besa al niño y se retira a su cuarto para vestirse de casa. El viejo le sigue, acuciado por su obsesión, aun cuando evita entrar en ese dormitorio conyugal. Tiene que insistir, convencerles. Su hijo acabará comprendiendole. Renato, que se está poniendo la bata, se extraña al verle entrar: