quien lo dude!, él las hará también manos de mujer para Brunettino. Las ráfagas de viento alpino estremecen de frío a los pobres árboles ciudadanos, con sus troncos ceñidos al pie por el hielo de los alcorques. El viejo imagina la sangre de sus venas con las mismas angustias de la savia para seguir subiendo tronco arriba. Pero más le duelen los golpes que sacuden el jardín como paletadas de sepulturero; hachazos cuya torpeza acaba excitando su cólera labradora. ¡ Qué desastrosa