Porque se le acababa la vida. --Lo noto apagado --dijo el otro diablo. Olinden lo miró. El traje, quizá de terciopelo, era de color ciruela morada. Pensó: «Una ciruela gorda. Si no suda, es un diablo de verdad.» Lo miró más detenidamente. La cara, verdosa, estaba cubierta de sudor. Tenía las ojeras y las grandes patillas de los bribones latinoamericanos de las viejas películas. --Pienso que la vida se me