melo que ella no admiraba lo suficiente aquella fuerza que ahora poseíamos los dos; incluso, a veces, me pareció que le era indiferente. Además, por aquellos días, sólo me hablaba de la Primera Comunión. A mí no me atraía tanto como lo que tú me habías enseñado y temía que ella notara mi preferencia. Aunque no puedo ocultar mi enorme deseo por ponerme aquel vestido maravilloso, de reina, como tú dijiste al verlo, que me estaban