crecían las flores de su balcón o le hablaba de cierto crimen horroroso cometido en un pueblo andaluz. El abuelo en cambio sólo entraba por las noches y, cuando estaba alegre, blasfemaba, fumaba y bebía coñac. Al abuelo le divertía que Miguel diera unas chupadas a su pipa y el humo le hiciera toser, y que mojara su dedo en coñac para probar su sabor. «Así se hacen los hombres», decía. El fue quien decidió que su nieto no