Para que veas si soy serio. ¡Hans, puñeta, llama al ascensor! Llegó el ascensor y entramos los tres en lo que según un letrero se llamaba el camarín, aunque yo lo habría llamado simplemente el ascensor, e iniciamos el descenso. Al llegar abajo estuve a punto de caerme al suelo de la alegría, porque vi frente al edificio el coche de la Emilia, quien sin duda había dado la vuelta a la manzana y se había vuelto a estacionar