en el ascensor, hacíamos con él en volandas la travesía del zaguán y la calle y nos colábamos a la chitacallando en el portal de la casa de don Plutarquete, a cuya puerta tocamos con sigilo y pertinacia. --No se inquiete usted --me apresuré a decir cuando por fin abrió el erudito y vi el estupor entoldar su noble faz--: el traje que me prestó está impoluto y entero en el buzón. También traemos a una chica medio muerta, nos persigue