inutilidad de su pasado radical, de su sincero furor ideológico. Nada parecía haber logrado ella de Marescu en este sentido. Las ideas conservadoras de él estaban enmascaradas por su pasión hacia el Arte. Marescu, en apariencia, no se movía en el plano de las ideas sino en el del Arte y, por tanto, hacía oídos sordos a las alabanzas y a las promesas de un tipo de sociedad que él conocía en sus entrañas. El domingo, después de comer,