entonces no conocía aquella melodía, me sorprendió por su vagorosidad e incluso --asombrado como estaba-- la tomé por una libre versión tuya, por una maravillosa improvisación. Escuchaba tu voz y me negaba a llamar a la puerta, a moverme del rellano de la escalera. Tu voz que pasaba a mi oído y que el oído transmitía a mis ojos, y que mis ojos fijaban a través del ventanal en la estatua de oro que coronaba la más alta de las agujas