y a sus amadas. No muy lejos de allí estaba el portillo por el que Pietro Aretino --aquel vecchio sporcaccione del que tantas anécdotas nos contaba Karl-- salía al campo para gozar de la naturaleza, para huir --como nosotros deseábamos huir-- del desmoronamiento de la piedra y de los sentimientos. »Fantasmagorías del presente y del pasado, versos y leyendas como suspiros que la noche consumía. ¿Era tu presencia, Francesca, tu sinrazón, la que en realidad transformaba