religiosos romanos y bizantinos de Capri y de Lombardía. Sólo habían recorrido unos cien metros de durísima pendiente cuando Peter, sentandose al borde del camino, les dijo que él no continuaba, que se sentía sumamente fatigado, que no deseaba entorpecer la marcha y que esperaría allí a que ellos regresaran. Los demás se quedaron sorprendidos, pero el rostro de Peter estaba bañado por el sudor y su pecho respiraba agitadamente. Adriana intentó animarle para que hiciera un nuevo esfuerzo;