de la mañana. Sin duda debían de ser los descendientes de aquellos otros macedonios que llegaron hasta la India. Otras veces trasladaban su vigor y su sana violencia al propio jardín del balneario. Los empleados se las veían y se las deseaban para correr detrás de ellos, entre los arbustos, a fin de arrojarlos de allí. Se colaban por los setos, buscaban frutas o rompían las ramas de algún árbol. Ahora se oía distante su griterío. A la mente absorta