autorizados a dirigirnos la palabra -¿en qué idioma lo haríamos por otra parte?- por orden expresa de las enfermeras. El jardín de nuestra casa de reposo es como el patio desolado de una gran cárcel, y nos movemos con la inquietud y desorden de una colonia de insectos amenazada de inminente destrucción: alguien, desde arriba, se dispone a poner el pie sobre el hormiguero o anegarnos en recia y contundente meada. Nuestra aniquilación no plantea problema y puede