tomar cualquier cosa». Aunque en seguida añadió: «Tomaré lo que tú tomes». Ella mojaba muy despacio sus dos labios rojos en el vino también rojo, como si apenas bebiera de él. Pero su rostro se iba encendiendo y, al fin, sonrió con claridad, abiertamente. Jano no salía de su turbación, se sentía todavía un poco molesto en su interior por aquella actitud de seguridad, excesivamente protectora, de la muchacha, diez años menor que él