luz pobre, junto a los portones carcomidos de las iglesias, que parecían cerradas desde hacía siglos. Creí enloquecer o morir, subiendo y bajando mareado, por aquel laberinto de lluvia y de piedras negras. Pensé que había escogido para olvidarte el más horrible de los lugares. »Pero me engañaba, pues la tormenta que estallaba en mi interior nada tenía que ver con la que se descargaba sobre los tejados de la ciudad. En realidad, Monteoscuro nada tiene de fantasmal