Sería tanto como pretender aprisionar el misterio, el peligro, la impaciencia, todo eso, en fin, que constituye la propia esencia de la espera. O sea que el noviazgo era como un sarampión del que convenía curarse cuanto antes. Lo malo es que en algunos casos se eternizaba, como veremos en el capítulo siguiente, y daba al traste con todas las defensas del organismo mejor dotado para resistir en el tira y afloja. IX. CADA COSA A SU TIEMPO