le a vivir las sorpresas que les deparaba el presente, como situación inédita e innovadora. Entregandose a esta segunda alternativa, el noviazgo perdía su enaltecido cariz de «zona templada», presidida por la gradación y la cautela necesarias para esquivar las amenazas del juego resbaladizo del amor. El amor empieza a carecer de su zona templada, de esa primera fase del noviazgo, deliciosamente irisada, tan necesaria para su plenitud. El delicioso iris de aquella zona templada se quebraba en