un diablo de verdad.» Lo miró más detenidamente. La cara, verdosa, estaba cubierta de sudor. Tenía las ojeras y las grandes patillas de los bribones latinoamericanos de las viejas películas. --Pienso que la vida se me acaba. Estoy melancólico. ¿Le parece ridículo? --No es ridículo, pero debe reaccionar. Animo. Sin optimismo yo no podría vivir un minuto. --Siempre fui optimista. --No parece. La idea, tal vez, de