«No perdamos la calma.» Con la mayor serenidad aplicó el oído y pudo comprobar que el corazón no funcionaba. Se dijo: «Esto no puede pasarme a mí», y de nuevo aplicó el oído. Debió admitir que a veces lo inaudito ocurre: el corazón no latía. Tan perturbado estaba que sin comprender la trascendencia de sus actos, marcó en el teléfono un número y ordenó que le mandaran inmediatamente una ambulancia. Entonces advirtió el error, pero