a creer en las virtudes de su tónico, irritó al amigo Abreu. El bienestar es contagioso. Yo mismo, a pesar de mi soltería, me sentía contento. Doña Salomé, resplandeciente como si una primavera interior la colmara, afrontaba con divertida indulgencia los tropiezos y las molestias que nunca faltan en un viaje. Mi admiración por ella crecía. Por primera vez me hallaba ante una mujer auténticamente alegre y despreocupada. Los tres viajeros abordamos el Orient Express en idéntico estado de